lunes, 9 de enero de 2012

el hombre y el teléfono

Mientras contemplaba el teléfono sin descolgar, paralizado como un zorro ante unos focos, se acordó, quién sabe por qué, de Sócrates.
"Yo solo sé que no sé nada" dicen que dijo aquel, que llevó la corona del hombre más inteligente del mundo. Ahora la llevaba él, y se complacía pensando con muchas menos letras. Solo tres letras y dos signos matemáticos. Ja. Muerde el polvo, Sócrates. Pero haber revolucionado el mundo de la física no le estaba ayudando a levantar el auricular del teléfono.
Su mujer no estaba reconocida oficialmente como la mujer más inteligente del mundo. Ser considerada una mujer "normal" puede ser un problema cuando el ojo público parece intrigadísimo por evaluar si eres lo suficiente para tu marido, lo suficientemente lista, o guapa, o entregada. No, ella nunca llevaría su título ni el de Sócrates, no haría ni fórmulas ni máximas, no cambiaría el mundo de un golpe de ingenio.
Pero a él todavía se le ponían los pelos de punta al recordarla saliendo al jardín enarbolando la escoba como si fuera una lanza medieval y estampándosela en la cabeza a uno de esos periodistas con cámaras diabólicas que les rondaban, ansiosos por medirles los cerebros, por examinar sus basuras, por diseccionar al genio y a su familia como si se les fuera a pegar algo.
"Como te vuelva a ver por aquí..." le gritó ella, voz de dragón, al periodista que huía, él acurrucado tras una cortina, incapaz, agorafóbico perdido "...te juro por lo más sagrado que lo próximo que fotografiará esta cámara serán tus intestinos".
Y ahora tenía que descolgar el teléfono y llamarla. A casa de sus padres. Y la teoría de la relatividad se le antojó de repente mucho más fácil de explicar que todo aquel asunto de la secretaria.
Así que dejó transcurrir unos minutos más mirando el teléfono como un gilipollas, acordándose de Sócrates, y deseando vivir en algún universo posible en el que las cosas se resolvieran solas. En el que su mujer perdonara sin hacer preguntas, y él no tuviera que admitirle que el hombre más inteligente del mundo no solamente era un impedido social, sino que tampoco había sido capaz de amar a su mujer como un hombre decente.
Y pasaron un par de horas más, y se preguntó que sería ahora de la secretaria, si estaría pensando en llevar la historia a la prensa (no, por dios, la prensa en casa, y su mujer tan lejos, con su escoba y su voz de dragón...)o si también ella estaría mirando el teléfono, esperando una llamada suya que nunca llegaría, porque ninguna de sus promesas había sido verdad. Porque era exactamente igual que cualquier otro adúltero mezquino.
Se hundió un poco más en el sillón. Y cuatro moscas se murieron de aburrimiento antes de que él, por no escuchar que no, por no verlo todo irremediablemente hecho añicos, se atreviera a hacer lo que deseaba: repetirle te amo una veintena de veces, y pedirle que volviera, que sin ella la vida era una guarrada, que no sabía atarse los zapatos, ni ver atardecer, ni espantar periodistas, ni escribir en la pizarra. Que era un desgraciado. Que no sabía. Nada.

jueves, 9 de septiembre de 2010

en la Torre

Se acercó por la ventana nada más que para volver a comprobar que el Thames seguía allí. Y allí seguía, tan imperturbable a sus pesares como cualquier otro fenómeno ambiental, geológico, geofísico. Agarró los barrotes una vez más para volver a comprobar que no cederían, que allí le dejaban encerrado uos días más, unas horas más, un rato más, en el que nada le disturbaría. Un tiempo que sería fluido y casi relajado sino supiera que vendrían a por él, que su traición a la corona, al pueblo de Inglaterra y a la ciudad de Londres clamaba por su muerte, y, antes de que ella llegara, por su sufrimiento atroz. Y nada cambiaría, la ciudad seguiría creciendo atronadora, despiadada, y todavía llegaría otro intelectual (como él lo fue) a proclamar que aquellos aires a alcantarilla y a podrido eran en realidad los aires de la libertad. Y el dinero, mientras tanto, continuaría reinando en aquella ciudad,la construiría y la destruiría, le daría la libertad a quién le diera a él la gana, se haría más poderoso que el rey, y que Dios. Lo llenaría todo de comercios, viviendas, transportes. Apiñaría ý separaría personas. Lo beberías en la cerveza, lo comerías con el pan, así sería durante siglos, y siempre habría alguien ocupando su sitio. Llegaría un momento en el que la Torre no sería suficiente para albergar a los suyos, llegaría un momento en el que se buscarían otros lugares para albergar a la gente que intenta cambiar lo que nunca cambia para cambiarlo todo. Estaba seguro que así sería, casi podía escuchar el sonido de las obras desde su provisional quietud, casi podía escuchar a la ciudad creciendo, engulléndolo todo como un monstruo. Cerró los ojos, deseando que las llaves del carcelero sonaran, y que su sonido fuera más fuerte que el rechinar de huesos que se escuchaba bajo el jolgorio del banquete.

martes, 8 de junio de 2010

aguanta

-Tenemos que aguantar...
Bufó con ansia ante las instrucciones del general. Aguantar ¿a qué?. Completamente cercados. Todas las vías cerradas, el río vigilado. Ya había perdido la cuenta de las personas que habían muerto intentando llevarles suministros (sus aliados se hacían débiles), de las que habían muerto intentando escapar (ellos se hacían débiles) de las que habían muerto atravesadas por una flecha por asomarse demasiado (los romanos seguían tan fuertes como al principio) Iban a ganar, no cabía duda, les iban a machacar ¿qué sentido tenía alargar el sufrimiento?
- Tenemos que aguantar- repetía el general como quién repite un rezo sagrado- tenemos que aguantar...
Nadie se lo creía. Creyó poder determinar el punto exacto en el que toda esperanza se desvaneció de su corazón. No fue cuando su hija pequeña murió de hambre. Fue cuando se comieron a su hija pequeña. ¿Quién podría vivir después de eso? Aunque los romanos desaparecieran por algún hechizo providencial ¿Quién se iba a levantar a la mañana siguiente, saludar a los vecinos, moler pan como si nunca hubieran comido ratas, hierba del suelo, excrementos, otros vecinos?
Casi deseaba que todo acabara pronto. Que aquél tío nuevo al que habían traído de la capital (¿cuál era su nombre, tan temido? ¿Escipión? sus pensamientos se hacían débiles)arrasara de una vez con la ciudad, que le destrozaran el estómago con una de esas espadas tan buenas que se les veían en las manos, que lo último que sintiera fuera el humo de las casas quemándose, de las calles quemándose, de la miseria quemándose... Había que comprenderle, nadie aguanta eternamente.
Su voluntad se hacía débil.
Quizás hubiera que empezar por los restos de su propia familia. Es imposible humillar a los muertos.
Sus sentimientos se hacían débiles.
Si se sintiera con fuerzas lo haría en ese mismo momento, mataría a los suyos, se mataría a si mismo, y nadie podría evitarlo.
Sus músculos se hacían débiles.
Aguzó la mirada. Les vio moverse, hablar en su diabólico idioma.
Los romanos seguían allí.

miércoles, 20 de enero de 2010

maldito Ricardo

“Conarde!” exclamó ella, a la que toda una vida de costumbres inglesas no le habían quitado la manía de insultar en francés.
Juan sintió como le temblaban las piernas. Todo el mundo juraba que aquella mujer tenía un pie en la tumba, pero él hubiera jurado que aquél pie estaba justo encima de su garganta. Ya empezaba a cansarse de aquél eterno pie en la garganta. No se acordaba de cuantas veces había pensado en matarla. No se limitaba solamente a desearlo. Imaginaba cada detalle, su sangre cubriendo las baldosas, su vieja lengua fuera, en un inútil intento de captar un poco de aire. Sus ojos desorbitados, preguntándose como había sido su propio hijo, su hijo más débil, el que se había atrevido a hacer aquello. Normalmente se regocijaba cuando lo pensaba, y sin embargo en ese momento solo sentía rabia. Es muy difícil matar a una mujer que tiene las zarpas metidas en medio mundo.
- Do you know how does people calles you?- escuchó escupir a aquella odiada voz, que retornaba al idioma cortesano.
Juan cerró los ojos con dolor. “Por favor, que no lo diga”, imploró en silencio. No podría soportar otra humillación más. Se olvidaba de que su madre nunca mostraba clemencia.
- John Without Land- sentenció la anciana siseando como una serpiente.
Las palabras mágicas. Su hermano, Corazón de León. Él, Sin Tierra. La hubiera atravesado con su espada en aquél momento si eso le hubiera servido de algo. Pero un solo movimiento en falso y sabía que tenía las respiraciones contadas.
Su madre nunca le hubiera hablado así a Ricardo. A Ricardo se le perdonaba todo. Un reinado entero ausente de Inglaterra, perdonado. Fanfarronería y violencia, perdonadas. Sodomía perdonada. Ricardo seguía siendo “el mejor caballero del mundo”. A él, sin embargo, los nobles se le echaban encima, le presionaban para que firmara no sé cuál carta de vital importancia. Y ahora los malditos chieftains se le echaban encima.
Su madre se levantó, con una energía impropia. Cómo era posible que todavía la sostuvieran aquellas piernas que habían sobrevivido a todos sus maridos, a todos sus amantes, a la mayoría de sus hijos. Todavía no a todos sus amigos, maldita sea.
- I´m going to Ireland- informó ante el estupor general. El estupor solo duró unos segundos. Inmediatamente, corriendo como galgos, al menos cinco sirvientes solícitos se apresuraron a embridar los caballos.
Juan, todavía sin creerlo, se preguntó cuánto tiempo se le recriminaría que su madre hubiera vuelto a salvarle el trasero. Encima.
El peor rey de Inglaterra abandonó la estancia, y algunos juraron que le habían visto echar espuma por la boca.

viernes, 11 de diciembre de 2009

y sin embargo

Hubo un momento en el que en aquél serio tribunal eclesiástico solo se oyeron gritos. "¡Blasfemia! ¡Blasfemiaaaa!", gritaba el obispo más gordo del mundo señalándole con el dedo más gordo del mundo.
Pensó si debería explicarlo otra vez, más despacito, para que todos lo entendieran. No era tan dificil, y ni siquiera era él el primero en pensarlo. Pero supuso que para explicar algo es necesario que haya alguien que lo escuche, y no parecía ser el caso en aquél lugar donde la palabra "hereje" era la que se repetía más veces por segundo. Le dio la impresión de estar delante de un grupo de pobres imbéciles. Se recordó a si mismo, con desilusión, que había pasado toda una vida admirándolos, en la iglesia, escuchándoles, creyendo, dejándose mecer por letanías en latín arrullado por el suave balanceo de los incensarios.
Todo había empezado ahí, observando los incensarios. Y ahora querían matarle. Nunca estuvo más convencido que en ese momento de que el mundo giraba, y giraba, y giraba...
El veredicto del Tribunal, a pesar de lo turbio de las discusiones, fue más claro que el agua. O renuncias a tus teorías, o a la hoguera.
La hoguera, esa que ya habían conocido tantos como él, y a ninguno le había servido para nada.
Se esforzó por hacer uso del más cruel pragmatismo. ¿Morir por una idea?. No, no era una idea, era un convencimiento. ¿Morir por un convencimiento?
¿Es que la Tierra se iba a volver plana solo porque él lo reconociera así?
No, la Tierra seguiría redonda y girando como una loca, y él seguiría vivo, y podría comer manzanas, tumbarse en el prado, y acostarse con prostitutas. Ni hablar, no iba a morir a manos del obispo más gordo del mundo.

Así que renunció. Públicamente. Afirmó que la Tierra estaba colocada en el centro del mundo por obra de Dios, inmutable y firme. Y plana. Todo eso.
Y aunque estaba resignado, solo por segundo un connato de rebeldía asomó por su garganta.

"Y sin embargo se mueve" murmulló.

El clérigo que tenía al lado le miró, le había oído. Y mientras él se imaginaba todas las llamas de la redonda Tierra lamiéndole las palmas de las manos a causa de un momento de debilidad, el clérigo le sonrió. Al final iba a resultar que no todos eran tan imbéciles.
Cuando, con las piernas temblando, se dirigió a su casa, creyó sentir, por un momento, el movimiento vertiginoso y continuo del gran orbe bajo sus pies.

jueves, 12 de noviembre de 2009

cric

"Cric"
Tertio abre los ojos. ¿Qué ha sido eso? ¿Formaba parte de su sueño? Su mujer respira pausadamente a su lado. Los niños también duermen. Nadie parece haberlo oído.
Quizás esté enloqueciendo, y no le extraña. Desde la prima trabajando en la Vía Apia, sin parar, bajo el sol, aspirando todo tipo de olores nocivos. El único descanso que tiene al día es la vuelta a casa, si es que se le puede llamar así a ese agujero inmundo en un quinto piso. ¡Un quinto piso! Si se lo hubieran dicho unos años antes, cuando todavía trabajaba en el Lazio, se hubiera echado a reír como un loco ante tamaño despropósito. Pero para un tercer hijo las cosas no son fáciles, y sabía que si se quedaba allí acabaría vendiendo su trabajo por horas. Un jornalero. Lo peor que le puede pasar a un campesino.
Y a alguien se le ocurrió decir que en Roma había trabajo, así que, venga, todos a Roma, la familia entera, las mantas, el burro. Qué poco les duró el burro. Tertio hace un esfuerzo por no pensar en eso. Es el padre de familia, cómo va a llorar un padre de familia.
"Cric, criiic"
Otra vez alerta, ahora lo ha oído, está seguro. No es la primera vez que sucede, ya pasó en la calle de enfrente la semana pasada. Pasó en la esquina de la herrería hace un mes. Malditas casas de cinco pisos, carcomidas por la humedad del Tíber, hechas con los materiales más baratos que algún hijo de su madre encontró. Un hijo de su madre que se está enriqueciendo a base de sus miserias, a base de su vida. Todo esto lo piensa en un segundo, o quizás medio segundo.
Y mientras lo piensa está gritando. Coge a la peque en brazos. Su mujer se levanta de un salto, y oye a los dos mayores llorar. Él solo grita "¡Todos abajo!", lo repite mil veces, en voz cada vez más alta, para que llegue a todas las familias de alrededor. No es dificil con esos muros de paja.
Todavía están bajando las escaleras, y el derrumbe ya se oye inconfundible.
"Craaaaaaack. CROCK. CATACRROOCK". Apura el paso, no le da tiempo a girarse para ver si le siguen, su hija pequeña le clava las uñas en el brazo, y eso es lo único que le indica que no está en medio de una pesadilla.
Llega a la calle, su mujer le sigue, sus hijos le siguen. No ha pasado nada, no a ellos. Se oyen los gritos desesperados y agonizantes de los que se han quedado dentro, y de los que los buscan.
Tertio se sienta en el suelo, ahora sí llora. Hasta los padres de familia tienen un límite.
"¿Y ahora dónde vamos a dormir?" acierta a pensar.
Y una rabia nueva le crece dentro. Los emperadores deberían empezar a tener cuidado con lo que pasa en el Trastevere.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

¿elogio?

Yo me quejaba de ella diciendo que a veces era un POQUITO pesada. Ella seguramente se quejaba de mí, en algún mundo alegórico, diciendo que yo a veces era un pelín vaga, y que prefería pasar las tardes en la Taberna del Ángel (por poner el ejemplo más cercano en el tiempo) que imbuida en las páginas de aquellos que la honraron.
Por lo demás, es tremendamente contradictoria. Concreta y difusa, apasionante y tediosa, estimulante y deprimente, pesimista y optimista. Todo a la vez.
Por lo demás, siempre la defendí, a capa y espada, ante todo el que la criticase, e incluso aunque no lo hiciera.
Por lo demás, y aunque se hizo de rogar antes de dejarme ir, lo que la echaré de menos, solo ella lo sabe.

Este post está dedicado, evidentemente, a la carrera de historia, oficialmente finalizada (salvo nueva sorpresa) recientemente.

A ti, adorable peñazo.